"I'm not the kind of man that thinks the truth could hurt me" - El hombre del Canasto.


Caminando por el pequeño pueblo, entre callejuelas, dió con un bullicioso mercado, donde la gente a voces, incitaba a los transeúntes a adquirir sus productos. Por lo general, fruto de sus huertas y rancherías. Arduo trabajo traducido e intercambiado en unas monedas.


Pasó sin prestar atención del todo a lo que los merolicos decían, siempre atenta a cualquier situación amenazante, pero sin buscar ni mirar nada en especial. Comenzaba a caer el sol, y el crepúsculo se anunciaba ominoso, pero esperanzador, tiñendo los cielos de un púrpura con toques de naranja y alguna que otra titilante estrella.


Un sonido agudo e implorante capturó su fino oído. Y sus pasos automáticamente le guiaron a uno de los vendedores, que no promocionaba su producto, mas bien, se preparaba para retirarse. En realidad sólo era un hombre en ropas de faena, masticando apaciblemente, con un canasto y un sombrero de mimbre.


Del canasto escapaban los sonidos que había escuchado antes.


- Buena tarde buen hombre. ¿Qué vende?
El hombre asintió, respondiendo el saludo, luego una sonrisa dejó entrever algunos dientes manchados y amarillentos. Escupió el tabaco en el piso, y aún sonriendo le respondió.
- Véalo usted misma.


Se acuclilló, y destapó el canasto con suma cautela. El sonido le había atraído porque había tocado alguna oculta fibra materna. Eran unos pequeños bultos cubiertos de pelo, de todas las combinaciones y colores de que el reino animal dota a los animales salvajes. Había manchas, rayas, y parches de color sólido, en tonos entre el gris, el naranja, el dorado, café y azul. Al abrir los minúsculos hocicos para emitir sus ruiditos desvalidos, podía apreciar el interior de los mismos, de un tono rosado, hipnotizante. Remataban sus cabezas unas encantadoras orejas puntiagudas y se movían torpemente en el interior del canasto.


Acercó su mano al interior del canasto, ansiando sentir el pelaje. Las creaturitas entonces dejaron de chillar, se miraron entre si, y una se adelantó hasta su mano. La olfateó desconfiadamente, y ella esperó un momento antes de ofrecer su palma. Fue entonces que el animalito extendió sus extremidades delanteras, y abrazó su muñeca, apenas cubriendo el grosor de la misma. Levantó su mano, y el pequeño bicho quedó colgando de su muñeca. Sorpresivamente sacó unas afiladísimas garras que clavó en la manga de sus ropas de viaje, para sujetarse, y trepó hasta que estuvo en su antebrazo, manteniendo un perfecto equilibrio.


Ella sonrió.


- Son un control de plagas natural. Muy apreciados para cuidar los graneros por estos rumbos.


La mirada de ella y la creatura se cruzaron. Algún extraño pero profundo entendimiento en esos ojos. Las pupilas del animal se contrajeron hasta un par de delgadas franjas verticales.


- Tome. - dijo ella extendiendo su antebrazo con la creatura sobre él.


- Oh no. Estos animales no sueltan una presa, si es que me entiende. Saben cuando han encontrado a su amo.


Ella acercó su antebrazo hacia su cuerpo, y el animalito saltó ágilmente a su pecho, de donde trepó hasta su hombro, ocultándose tras su largo cabello. Finalmente sintió la sedosa textura de su pelaje contra su nuca, y un nuevo sonido. Una relajante vibración, que parecía prometer que todo saldría bien.
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23:29 02/09/2010

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